El período Muromachi nos hace retroceder en el tiempo hasta 1336, siguiendo el período Kamakura. Fue en 1333 cuando se derrumbó el gobierno que había creado el sogún Yoritomo Minamoto, dando paso al caos (este acontecimiento se llama la rebelión de la era Genko). ¡Y qué caos!

Durante el período Muromachi, dos emperadores compartieron el norte y el sur de Japón (la era Engen). No fue hasta sesenta años después cuando las dos cortes reales se unieron, comenzando el período llamado Sengoku (nada que ver con cierto superguerrero…).

Desafortunadamente, la paz duró poco porque estalló una guerra civil en 1467: la guerra de Onin. Durante diez años, los daimios compiten por el poder. La guerra terminó con la caída del shogunato Ashikaga. Así comenzó una guerra de posesiones de territorios en Japón que duró hasta la era Edo.

En 1543, los primeros occidentales establecieron contacto con los japoneses. Fueron los europeos, primero los portugueses, quienes introdujeron las armas de fuego y el cristianismo en el territorio japonés. Así comenzó el comercio con el continente europeo, el comercio Nanban,término que significa «bárbaro». ¡Parece que nos faltaba sofisticación!

La segunda mitad del siglo XVI estuvo marcada por las conquistas militares del samurái Nobunaga Oda, que intentó unificar Japón por la fuerza y logró en parte llevar a cabo este proyecto. Sus métodos, sin embargo, no eran muy diplomáticos e incluso se le llamaba el Rey Demonio. No pudo completar su plan porque fue traicionado por uno de sus samuráis: Mitsuhide Akechi. Así, Nobunaga tuvo que suicidarse mediante el seppuku. Triste final para un gran conquistador.

Sin embargo, sus esfuerzos de unificación no fueron en vano porque Hideyoshi Toyotomi lo sucedió y continuó su trabajo en el siguiente período. 

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